Es el nombre del accidente de Once: Lucas. Si ya había pegado
duro los 50 muertos y 700 heridos, más duele ponerle un nombre a esta sensación.
Cincuenta es un número. En cambio, Lucas, era un pibe. Uno como vos, o como yo;
que laburaba, tocaba la guitarra y, como vos o como yo, se tomó un transporte
público. Pasó lo que pasó y Lucas era un desaparecido. No lo teníamos como
víctima. Esperábamos que aparezca en estado de shock en cualquier lado. Nos
ilusionamos. Ayer nos frustramos. Y
después siguió la decepción. Por eso duele.
Y duele más todavía ver las reacciones que tuvo el encuentro
con el cuerpo pasados casi 3 días del hecho.
Argentinos que buscan la solución en un cambio de mando como si Cristina
Kircnher fuese Falcioni. Otros que defienden los ataques de su líder como si esto
se tratase de un cumbia vs rock.
Para mí la reacción tiene que pasar por otro lado: ¿como es
que a una empresa se le renueva la concesión de un servicio público por más de
20 años con estructura de más de 50? ¿Cuántos gobiernos pasaron desde que TBA
maneja la batuta? ¿En que falló el operativo de rescate para encontrar el
cuerpo tanto tiempo después?
En un día donde tendríamos que estar unidos, celebrando el
natalicio de nuestro Libertador, estamos llorando a 50 víctimas y a Lucas. Estamos
jugando con política barata. Así, no solamente un tren se quedó sin frenos,
sino nuestro país.